miércoles, 8 de mayo de 2013

Pastor Héctor Nufio



EL QUE TENGA OÍDO QUE OIGA
 

Una de las capacidades que tenemos como escogidos es el hecho de poder oír y recibir revelación al respecto del Señor Jesucristo y Su misión.  ¡Gloria a Dios que podemos oír la voz del Señor y del Espíritu Santo!

"El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.”
Apocalipsis 2:7


En este verso podemos ver que el Señor está hablándole a una congregación donde hay doctrina verdadera y falsa, hay gente que promueve la división y gente que promueve la unidad y les enfatiza que deben aprender a escuchar.  El escuchar define nuestra elección, determina si somos hijos de Dios o no.


Por eso, como dice el Espíritu Santo: Si oís hoy Su voz, no endurezcáis vuestros corazones como en la provocación, en el día de la prueba en el desierto, donde vuestros padres me pusieron a gran prueba y vieron mis obras durante cuarenta años.
Hebreos 3:7-9


Podemos acostumbrarnos a escuchar muchas voces e incluso ruidos, pero debemos ser sensibles a la voz del Señor y comprender que cuando Dios habla, lo hace constantemente y no por eso debemos tomarlo a la ligera sino siempre expresar: “Heme aquí para hacer Tu voluntad”.  Una de las formas en que Dios nos habla es a través de Su Palabra, solamente la Escritura fue inspirada por Dios.


Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros un corazón malo de incredulidad que os aparte del Dios vivo.
Hebreos 3:12


La tentación de regresar al mundo siempre existe.  El hecho de que hayamos salido de las tinieblas e infierno no elimina la gran verdad que somos gente que por naturaleza nos llama la atención las tinieblas. Al igual que el pueblo de Israel que quería regresar a Egipto, muchas veces nos encontramos en la misma situación.  El mundo sabe esta verdad y utiliza formas para atraernos: el dinero, el ego, orgullo, etc.  


Pero con fe, no puede haber incredulidad.  La incredulidad es contagiosa, trata de destruir nuestra fe y la podemos utilizar para contaminar a otros,  endurece nuestros corazones y es allí cuando ya no escuchamos la voz de Dios y ya no le entregamos nuestra vida por completo a Él.


Debemos ser responsables en todo momento; tenemos que tener cuidado de no tener un corazón enfermo de incredulidad ya que ésta también trae amargura. Cada quien es responsable de su vida, no juzguemos al que no anda bien en los caminos del Señor, cada uno al final dará cuentas, y hay de aquel que sirva de tropiezo a otro.  Si alguien cae, tengamos misericordia y afirmémonos para no caer nosotros. Si aún no tenemos incredulidad en nuestra vida, busquemos no enfermarnos con este virus porque todos estamos propensos a poder enfermarnos. Busquemos salir aprobados en lo que tengamos que pasar.  Si suavizamos hoy nuestro corazón, oiremos al Señor y comenzaremos a entender Su propósito para nuestra vida. No endurezcamos nuestro corazón a pesar de que tengamos incredulidad por el mal testimonio que muchas veces hemos visto a nuestro alrededor.


Debemos saber que el enemigo también habla constantemente  y más cuando estamos atravesando momentos difíciles, y lo hace para poder meter incredulidad en nuestra vida, quiere que tengamos argumentos para no creerle a Dios aún cuando Él nos hable.  Pero el Espíritu Santo trae a nosotros una responsabilidad; que la incredulidad no nos límite para llevar a cabo la obra que hay que hacer. “Dios no nos entregó a un espíritu de temor, sino de poder, amor y dominio propio”. 


Pase lo que pase en nuestra vida, nunca digamos que el Señor no está con nosotros, este fue el error del pueblo de Israel cuando salieron de Egipto y tuvieron sed, comenzaron a murmurar y en pocas palabras pensaron que Jehová no estaba con ellos e hicieron amargo el corazón de Moisés, por lo que ya no entró a la tierra prometida.  No permitamos que nada haga amargo nuestro corazón. Dios ha prometido que va a estar con nosotros todos los días de nuestra vida aún hasta el fin del mundo.


“Si Dios con nosotros ¿Quién en contra de nosotros?”


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